martes, 26 de enero de 2010

VIAJE A PIE, DESTINACIÓN CONOCERSE

  

Rieles roídos  inútiles y olvidados, que en un tiempo tuvieron tanto significado. A su lado la carretera, gris y rentable para quienes obviaron que la vía férrea era una opción. Es imposible pasar por este lugar con clima de infierno sin imaginar la presencia de extravagantes gigantes constructores de sueños a las orillas de un río atómico.

Dice un adagio popular que antes de morir se debería escribir un libro, tener un hijo y sembrar un árbol, a mí sólo me faltan las tres. Lo he pensado ampliamente y creo que anterior a emprender el camino hacia el cumplimiento de uno de los anteriores requisitos para dejar una buena huella en este mundo, haré un viaje; hacia donde sea, en moto, tren, avión, guagua o a pie, pero lo haré, un viaje mas interior que exterior, en donde encuentre mi propia visión de mundo y las bases para cambiar mi vida, conocerme a mi misma y así saber qué escribir en mi libro, donde plantar mi árbol y que enseñarle a mi hijo(a).

Un viaje representa ir a otro sitio, cambiar de lugar, ir a un territorio lejano, que no se conoce para aprender de él. Sin duda muchos viajes han sido esenciales para la existencia de la humanidad actual, pues si no fuese por las migraciones que hicieron nuestros antepasados, la cultura no existiría ni mucho menos la expansión de territorios. Existen por supuesto todo tipo de viajes; de negocios, de placer, de rutina o de total aprendizaje; viajes voluntarios o involuntarios (como las migraciones y desplazamientos) y existen también los viajes imaginarios, muy comunes entre los niños y entre nosotros los soñadores. Pero sin duda alguna lo que siempre representan es una transformación a nivel físico o espiritual del espacio y en muchas ocasiones, como lo diría don Fernando González, del Ser. No sugiero que sea indispensable hacer un viaje para sobrevivir, pero es un lujo que muchas personas brillantes se han dado y eso les ha dado la oportunidad de descubrirse, de abrir sus mentes y de meditar acerca de su vida y sus ideas e irradiar esto en sus obras y acciones. Muchos han sido los casos de personajes ilustres que antes de convertirse en quienes fueron o para reiterar su grandeza, se encaminaron en interesantes periplos. Este último es el caso del maestro Fernando González, escritor antioqueño reconocido por muchos como el primer hippie de América, filósofo, maestro, abogado y escritor, que en compañía de su amigo Benjamín Correa, emprendió un viaje a pie desde el municipio de Envigado Antioquia para recorrer todo el oriente, los Nevados y llegar a Buenaventura con el fin de conocer este sendero y por añadidura a sí mismo. Es un viaje, en donde se ve representada la búsqueda y el encuentro de esas ideas que evolucionan en el ser humano al cambiar de lugar, una búsqueda incansable para conocerse, que el autor promovió toda su vida y que se ve plasmada en cada una de las palabras del texto que registra cada pensamiento que surgió en cada día de recorrido a pie.

Don Fernando y Don Benjamín, nos llevan por los mas bonitos parajes Colombianos, nos describen con asombrosa y hermosa precisión los sentimientos y pensamientos que venían a su cabeza mientras meditaban acerca de la vida en los maravillosos paisajes verdes y floridos, ondulantes de vida y repletos de inspiración para expresar lo que hacia tanto tiempo buscaba decir un maestro del calibre de don Fernando. Éste viaje, nos sumerge en un océano interior de ideas e islas paradisíacas de nuestro autor, en donde navegamos por temas como el amor, la muerte, la religión y la mujer, evidenciando así la huella profunda que han marcado en su vida éstos elementos, haciendo de él un hombre de pensamientos irreverentes para la época, que en consecución de un viaje a pie, hace un viaje interior a lo mas profundo de su mente y su corazón, para encontrarse con un YO que añoró toda la vida como el filósofo aficionado que era y que buscaba encontrar al pisar de nuevo tierra antioqueña.

Quizás éste cambio sufrido luego de un viaje concienzudo, no lo pudo ni expresar ni representar mejor otro viajero, que como Don Fernando contaba con acompañante, transporte y claras ideas: Ernesto Guevara de la Serna. Ernesto, recién convertido en el Ché gracias a su viaje por todo Latinoamérica con la ayuda de Alberto Granado, de la suerte y de la poderosa atinó a decir: “El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra Argentina, el que las ordena y pule, “yo”, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado mas de lo que creí”.

Es curioso ver, como muchos aspectos de ambos viajes coinciden. Podría decirse que la única diferencia son las notas, más descriptivas del lado Argentino y más profundas y filosóficas del lado Colombiano. Curioso es que sean dos viajeros, que contaran con una tercera compañía apacible y callada como lo eran la poderosa y el caballito de abejorral, que ambos asistieran a un entierro y meditaran sobre la muerte, que ambos vibraban con el nombre de una mujer recordando sus susurros y curioso es que ambos cambiaran profundamente gracias a esa mencionada odisea interior. Es más curioso aún encontrar evidencias de que los viajes pueden cambiar la vida de las personas, no sólo interior e individualmente, si no exterior y colectivamente y afectar o beneficiar a muchas más personas. Es el caso de Un Tren de Hielo y Fuego, un expreso que recorrió toda Colombia en el año 1992 con unos artistas franceses a bordo, haciendo de cada estación de tren una feria llena de vida, color y música, en donde los asistentes se podían deleitar con un espectáculo que jamás habían visto en su pueblo dada la lejanía y la violencia que los arreciaba. Muchas fueron las personas que por primera vez veían una guitarra eléctrica, un dragón arrojando fuego por la boca, un tatuador, un grupo de rock como la Mano Negra (reconocida en toda Europa como una de las mejores), un oso polar gigante y menos aún a unos enormes y extraños franceses con ropas extravagantes. Estas personas llevaron esperanza a pueblos lejanos y olvidados hasta por el viento, arriesgando con eso su vida y haciendo también ellos un recorrido personal por sus experiencias, terminando ciclos y aprendiendo a convivir entre extraños y niños de la calle que encontraban refugio en el particular tren. También marcó la vida de la gente, haciéndola olvidar por un momento de sus problemas y de la indiferencia del estado.

Citando estos ejemplos se hace evidente entonces que un viaje, nos puede cambiar interiormente, como a Don Fernando y sus lectores que a la vez viajan con el; ideológicamente, como al Ché, que dado todas las tristezas que vio en su marcha decidió dejar sus lujos de joven rosarino acomodado y decidió estar del lado de los indígenas robados, leprosos y mineros explotados; y como la Mano Negra, que decidieron arriesgar su vida para recorrer un país con un conflicto interno tan grave, para llevar su espectáculo a personas que solo conocían de muerte, hambre y violencia. No pretendo de ninguna manera repetir para la consecución de mis propios objetivos, la hazaña majestuosa que con maravillosos resultados literarios y personales terminó Don Fernando González, o el cambio social y político que produjo Guevara, o el maravilloso acto de altruismo de Manu Chao y la Mano Negra. No pretendo como el primero, tratar temas tan profundos y a la vez tan superficiales y tan propios del ser humano, como el amor, las mujeres, la muerte, la política y el clero con su toque único de humor negro y profundos significados reflexivos. Lo único que pretendo es encontrar mi rumbo, unos argumentos que guíen mi vida como lo dije al principio, con cada ocurrencia que se de en cada instante de mi viaje. Quizás ya haya comenzado mi viaje sin saberlo, haber leído Diarios de motocicleta y Viaje a pie puede ser un indicio y una guía para lo que se viene y me puede ser útil para comenzar por coincidir con algunos proposiciones expuestas por el autor, un ser humano especial, iconoclasta, contestatario, rebelde y único que como pocos supo dejar sabor de orgullo de ser antioqueños y a la vez una profunda reflexión al cerrar una pagina de un libro.

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