Si yo tuviese un hijo, y un día me preguntara mirándome fijamente en qué clase de mundo vive, me remitiría al sentimiento que tengo hoy entre mis tripas. Le contaré que un día como éste se evidenció que los poderosos habían subestimado el poder de la información y que cuándo se dieron cuenta ya era demasiado tarde; que gracias a su terquedad, obstinación y vanidad crearon un monstruo colectivo consumista que se enfurecía y reclamaba por su derecho a la información, por sobre su derecho a la salud, a la alimentación o al territorio y que por esa desviación de valores sobrevivía el egoísmo extremo en el mundo, madre de todos los males, superponiendo el placer individual sobre el bienestar colectivo. Pero también le diré que no todo fue malo, pues que no hubiésemos podido llegar a un consenso para acabar con el hambre y las guerras en el mundo, pero sí para impedir que nos quiten el derecho a la información, demostró que era posible, y ese es uno de los logros más grandes de éste medio.
El 2011, sin duda fue el año donde se evidenció más que nunca que el compartir información generaba movimientos mundiales sin antecedentes; indignaciones colectivas empujadas por encuentros acordados vía redes sociales y columnas contestatarias salidas desde el alma de algunos indignados leídas por muchos sin ningún tipo de filtro, demostraron que era una percepción de muchos que las cosas andaban mal, y que era necesario cambiarlas. En éste escenario y como observadores inactivos estaba el mainstream, concienciándose de que el experimento mercantil de las redes sociales les estaba saliendo caro a sus amigos de los gobiernos y la economía, pues la ingeniería social de las redes como una posibilidad de conocer mejor a los clientes y sus necesidades los había obligado en tomarse su propia medicina, no sin antes, claro, haber cosechado algunos frutos. Ahora, queriendo llorar sobre la leche derramada, y viendo que además de las redes sociales, el fenómeno colectivo digital creció tanto que no sólo compartía contenidos de carácter personal sino político y de entretenimiento (principal fuente de ingresos de nuestros directamente implicados), quieren solucionar las cosas con la misma obstinación e irrespeto de siempre. En primer lugar se reúsan a adaptarse al nuevo contexto, dejando al descubierto su testarudez al seguir con las vetustas leyes e ideas que les impidieron notar donde estaba ahora el negocio, en segundo lugar irrespetan a los usuarios confiscando información personal contenida en el servidor de megaupload y por último se toman como derecho propio la supervisión legal de todos los países del mundo como bien lo expresa Rick Falkvinge, fundador de la web Pirate Bay: "Estoy indignado por la arrogancia mostrada por las autoridades de los Estados Unidos en el caso. Si emprendedores no estadounidenses a cargo de negocios no estadounidenses pueden ser arrestados a petición de las autoridades de ese país, por romper las leyes de los Estados Unidos, y si las leyes de ese país se reservan el derecho de supervisar la competitividad y el emprendimiento en cada territorio, entonces yo demando el poder de votar en los Estados Unidos". Situaciones como éstas no son nuevas, sólo están creciendo y saliéndose de las manos de quienes manejan los hilos invisibles, pues se dieron cuenta de que los eternos capitales que siempre les pertenecieron, están abriéndose, hacia otros, unos cuantos, que vieron oportunidades en la producción desmesurada de tecnología y la insaciable sed humana por algo cada vez mejor y más cómodo. Lo verdaderamente interesante es la ignorancia de los primeros hacia esas nuevas opciones, dejando el camino abierto a los nuevos y con esto un acceso casi indiscriminado y desmesurado de información de tal magnitud que se convirtió en una revolución que modificó tanto nuestro contexto como nuestros comportamientos, sentimientos y maneras de relacionarnos y que demostró la vulnerabilidad de la industria y el estado gracias a la dinámica del compartir y al poder de la información.
En medio de todo estamos nosotros, para quienes la situación va más allá y tiene más implicaciones que no poder ver un vídeo en youtube o descargar un disco, se habla de dividirnos aún más, acentuar la brecha digital y del conocimiento, haciendo a los mismos de siempre más inteligentes y ahora no sólo con dinero como herramienta de poder si no la información y lo que por medio de ésta se genera: Conocimiento, cultura, crítica y desarrollo. ¿Cuánto vale un libro, cuánto vale un disco?, ¿Cuándo creen ustedes que a Medellín llegue el último disco o película RAI, Hindú o Chino que conozcan si les gusta o lo necesitan?, nos vamos a ver completamente encerrados de nuevo en nosotros mismos, teniendo esto consecuencias nefastas en nuestras maneras de concebir el mundo y nuestros deseos.
Queda claro entonces que la solución no está en prohibir y mucho menos después de haber otorgado al colectivo la posibilidad de probar el poder de la información compartida. ¿Pero por qué entonces insisten en seguirnos vendiendo máquinas para piratear? “Para luchar verdaderamente contra la piratería sería necesario prohibir a la gran industria vender máquinas que piratean”, dice Manu Chao, quién ha sido señalado por defender la piratería y la copia con argumentos tan claros como con la frase “cuando hablan de crisis, es solamente un dinosaurio que se come a otro ¿Cuánto pagan de derechos de autor quienes venden esas máquinas? ¿Dónde está la parte del músico sobre la venta del iPod? Para ellos es más fácil vender una máquina que la música creada por artistas”, y tiene razón. La satanización del individuo en lugar del verdaderamente implicado es algo alarmantemente común y triste. Se hace injusto y contradictorio (demostrando la ambigüedad en la que vivimos) el hecho de que la noticia de las maquilas de Apple en China fuera tan cercana al de la Ley SOPA y ACTA. Es preciso comenzar por el principio, partir desde la raíz del problema, ellos, aprovechándose de nuestra ambición satisfaciendo la suya propia y nosotros dejándonos llevar por ése sentimiento tan natural y destructivo del alma humana.
Sin duda alguna antes de adelantarnos a lo negativo, lo que ha demostrado la revolución que estamos viviendo (la de la información y el conocimiento) es que existe la posibilidad de que la información sea un elemento de primera necesidad que va más allá de lo material, por lo que las masas lo aclaman, ratificando a la información como un puente a la verdad, al conocimiento, a la imaginación y al entretenimiento y demostrando la prioridad humana de lo racional sobre lo corpóreo.
¿Soy yo entonces una delincuente de la peor calaña digna de ser arrestada por el FBI por impartir información de manera gratuita y desenfrenada? ¿Soy una criminal por trabajar en y por el servidor de información gratuita compartida más antiguo y grande de todos los tiempos?, una Biblioteca?. Viéndolo en éstos términos me entrego a las autoridades correspondientes, he perdido la cuenta de cuántas veces de manera gratuita he multiplicado y compartido información de todo tipo con una cantidad incontable de usuarios, los cuales a su vez comparten con otros lo aprendido y lo transforman en el mejor de los casos en entretenimiento o conocimiento. Estoy sucia, me declaro completamente culpable, Estados Unidos vengan por mí.